El intendente Marcos Torres anunció la puesta en valor de los antiguos molinos de cal que pertenecieron a la industria minera de Alta Gracia de fines del siglo XIX. Por su parte, Walter Villareal destacó que el rescate patrimonial debe ser integral y pensado como un gran conjunto urbano.
En las últimas semanas el mandatario local anunció la revalorización de un sector que, años tras año, se fue convirtiendo en un «aguantadero» que en un lugar donde miles y cientos de trabajadores laboraron la piedra para transportarla a distintos puntos del país.
«Los hornos de cal tienen un valor muy grande para la ciudad y vamos a convertirlo en un espacio para rescatar, no sólo el espacio en sí con nuevas luminarias, bancos y refuncionalización del todo el sector, sino además para el disfrute de los vecinos», dijo el intendente Torres en diálogo con REDACCIÓN ALTA GRACIA.
En ese sentido, adelantó que representantes de la UNESCO se pusieron en contacto con el Ejecutivo para trabajar en conjunto sobre el reconocimiento patrimonial no sólo de los hornos en sí, sino además del valor e injerencia que tuvo el ferrocarril en Alta Gracia.
Por su parte, Walter Villareal reconocido arquitecto y especialista en patrimonio contó a este medio el por qué, históricamente la ciudad se «negó» a reconocer el potencial «Turismo Industrial» de Alta Gracia es pos del «Turismo de Salud» (*).
«Los hornos de cal se remontan a la época minera de la región e incluso desde la época de los jesuitas. Hay vestigios de hornillas en diferentes partes de la ciudad. La importancia que tiene este sitio es que evoca el pasado productivo de la ciudad: Una Alta Gracia que siempre ha intentado negar su perfil industrial ya que se intentó hacer prevalecer el turismo de salud y de la aristocracia argentina», dijo Villareal a REDACCIÓN ALTA GRACIA.
«Si nos remontamos a la historia del ferrocarril, el ramal a Alta Gracia se habilita en la década de 1890 con una intención de transporte de áridos que se extraía de las canteras y esto también nos lleva al porque los jesuitas también tenían sus propias canteras. Años después es cuando se habilita la línea de pasajeros. Estamos hablando de los últimos años del siglo XIX y aún no había ingresado a este lugar la Compañía de Tierras y Hoteles. Los orígenes urbanos de la ciudad siempre estuvieron relacionados a la extracción de materias primas», puntualizó.
No confundir puesta en valor con intervención
En este sentido, Villareal aseguró que el anuncio de Torres es muy auspicioso: «Es muy valorable la puesta en valor de estos hornos pero también seria importante contar con un plan maestro que gestione un futuro de estos espacios remanentes que dejó la traza ferrocarril. O bien para reactivarlos o refuncionalizarlos para integrarlos a la estructura urbana de la ciudad».
«Hay tristes antecedentes en la ciudad (sobre lo que debería haber protegido el Estado y no se hizo) como la falta de cuidado de las Canteras del Cerro en donde se produjo un saqueo de un valioso patrimonio industrial donde se destruyeron las cintas transportadoras, el de los molinos, moliendas, usinas y todo el sistema que, durante más de un siglo, se extrajo materiales áridos».
«El concepto de puesta en valor muchas veces suele reducirse a una intervención mínima a un cierto bien cultural en donde se ha reconocido su valor. Hay que pensar en el presupuesto para – o la restauración o una refuncionalización-. Este tipo de intervención necesita la participación de un especialista. Estos sitios se comportan como un hito donde puede funcionar un museo de sitio (explicando cómo funcionaban estos hornos etc) para evitar que el rescate quede a medio camino. Si no se garantiza la preservación, el cuidado y el mantenimiento a lo largo del tiempo se corre el riego de que vuelva a ser depredado», finalizó.
Fragmento de La Fragilidad de Los Retiros
Martín se quedó contemplando aquella postal de 1926 que Valeria le acababa de alcanzar, para que la traslación temporal no lo sorprendiera con un paisaje completamente desconocido. Las canteras El Cerro, habían sido una de las joyas del Ferrocarril Central Argentino, suministrando por más de 80 años del balasto necesario para el tendido de rieles y durmientes.
Le costaba comprender cómo aquel enclave minero casi había sido borrado del mapa de la ciudad, las pocas ruinas que asomaban entre la vegetación que recuperaba su territorio, no evocaban una intensa actividad laboral y mucho menos cinematográfica, pues fue una de las locaciones elegidas en 1952 para filmar una película protagonizada por Mario Soffici y Diana Maggi«
Cita: http://fragilidaddelosretiros.blogspot.com/
(*) Como para la aristocracia, el padecer tuberculosis los asimilaba a una enfermedad asociada a las carencias y miserias que sufrían las clases más necesitadas y el clima de Córdoba era el más indicado tanto para el tratamiento como para la prevención de las enfermedades pulmonares, la construcción de grandes hoteles y la urbanización de villas serranas fueron un pretexto para generar destinos que se diferenciaran de Cosquín o Santa María de Punilla.
Así como nunca se asumió que la ciudad tuvo una identidad mixta en la que lo productivo/extractivo/industrial tuvo una fuerte impronta hasta avanzada la década del 80 del siglo XX, jamás se aceptó que Alta Gracia fuera un destino de salud a pesar de la existencia de un par de centros especializados como el Sanatorio Pattin o el Hospital de Montaña.
De hecho, los carteles «no se aceptan enfermos pulmonares» en hoteles, pensiones y posadas, era una invitación a no verbalizar el estado de los huéspedes, un mandato a mantener en la negación la enfermedad.
Por eso, cuando Marcelo Peyret publica su novela ALTA GRACIA, desnudando esta realidad maquillada de bailes de disfraces en el Sierras Hotel y de paseos y picnics campestres, es declarado visita no grata y el cura párroco organiza una quema de libros. Peyret huye a La Calera donde muere por la tuberculosis» (Autor: Walter Villareal)